Aquellos maravillosos años. La fiesta de la Merced en la Herencia de 1928

Artículo escrito por el P. Mario Alonso Aguado, O. de M.

Aquellos maravillosos años. La fiesta de la Merced en la Herencia de 1928 3La década de los veinte, del pasado siglo, especialmente de 1922 a 1929 se conoce como los «Felices Años Veinte» o «Años Locos», nominada por ciertos historiadores como «Período de entreguerras», coincidiendo a nivel mundial con una etapa de prosperidad y bienestar económico. Un verdadero boom en los diversos campos. Renacen nuevos espectáculos de masas: cine, cabaret, deportes, teatro…Surge el interés por la alta costura y triunfan nuevas corrientes musicales: jazz, charleston, blues…En aquellos maravillosos años, también la prensa conoció un gran esplendor, con revistas de lo más especializado. La biblioteca de la Merced de Herencia, en su sección de hemeroteca, alberga unos tomos de la antigua revista «La Merced», auténtica joya bibliográfica. En el nº 12 de dicha revista, correspondiente al 15 de diciembre de 1928, hay un relato de la Feria y Fiestas que el pueblo de Herencia tributó a la Virgen de las Mercedes en septiembre de aquel año, hace ahora ocho décadas. Se trata de una narración bellamente escrita, llena de costumbrismo y de sabor popular. Va firmada por  Fr. Serapio González Gallego. ¿Quién era este fraile? se preguntarán algunos. Un mercedario polifacético, gallego como su apellido, que acabó sus días en EE. UU. donde falleció en 1944. Uno de sus biógrafos refiere: «escribió obras, fundó revistas, organizó peregrinaciones, predicó misiones, recorrió kilómetros, ocupó cargos destacados, cubrió una extensa página de la historia de la Merced».  Recién ordenado sacerdote en 1907 fue profesor en Herencia. De sus obras la más conocida es, sin duda, la novela titulada «Un mundo mejor», considerado su argumento como una especie de vaticinio de la bomba atómica, llegó a alcanzar gran difusión e incluso se tradujo al inglés.

El relato de la revista, referido a Herencia, comienza narrando el día anterior de la fiesta: «Es el 23 de septiembre, víspera de la Fiesta Mayor, víspera de ferias. Por todos lados percalinas, banderas de España; las casas recientemente enjalbegadas, reflejan la luz deslumbradora del inmenso horizonte manchego, hasta herir la vista, pero causando no sé qué regocijo en el corazón. En la plazuela del convento se dan los últimos toques a su palco-quiosco para la banda de música.»

También los tinglados de feria están casi armados del todo, y las heterogéneas mercancías esperan arrumbadas en desorden que se las coloque a la vista para deslumbrar con sus colores chillones  a espíritus pueblerinos, que, siquiera unos días al año, anhelan quebrar la monotonía externa de la visión gris de su terruño.»

Pasa a describir la iglesia conventual y tiene un desliz al determinar su período artístico: «La Iglesia, lindísima joya del renacimiento, está hecha un jardín, cuajada de flores, y como ascua de luces, artísticamente combinadas, haciendo un conjunto verdaderamente deslumbrador…Todo es prócer y distinguido.»

En aquellos años no había una sola novena, como en la actualidad, la que narra el P. Serapio era ya la tercera, y dice que no concluirán las «funciones» hasta últimos de octubre. El predicador de 1928 fue el Magistrado de la catedral de Orihuela, que pronunció un sermón elocuentísimo, «magistral». La Capilla de música, de Madrid, interpretó  con refinado gusto magníficas partituras. El gentío era inmenso y no cabía «ni una persona más en el templo».

La noche del 23 parece que promete, nuestro autor anota: «En la plazuela hay ruido y animación de gentes, que se aumenta considerablemente a la terminación de la novena, y que acuden para oír la música que toca alegres composiciones en el kiosco improvisado, deslumbrante de luz, y para ver y oír la traca valenciana que se quemará al final. Decididamente la gente está contenta, con ganas de rezar y de divertirse honradamente y de honrar a la «guapa Mozona» por todos los medios lícitos, pero ruidosos, que estén a su alcance.»

Y llegó el ansiado día 24, «amaneció el día grande con ambiente diáfano, horizonte despejado y cielo azul turquesa. Desde las primeras horas la Merced está abarrotada de fieles…con una concurrencia enorme…A las once, misa solemne. En el altar el párroco que honraba nuestra fiesta, rodeado de sus coadjutores. En el coro, gran Capilla de música, interpretando una de las más admirables composiciones de Perosi; en el púlpito el Magistral de Orihuela, superándose así mismo con un panegírico de la Merced, verdadero modelo de oratoria sagrada; en el templo, un público numeroso, recogido y devoto, presidido por las autoridades locales, que daban edificante ejemplo de piedad.»

Por la tarde, «la gran procesión, la gran manifestación de fe…de entusiasmo mercedario». Interesante es el orden que anota del desfile procesional: En primer lugar la Guardia Civil, montada a caballo, abriendo la procesión. Sigue la Cruz alzada, el Estandarte de la Orden Tercera de la Merced; después, todas las terciarias, ostentando en sus pechos el albo escapulario, los terciarios, la Sagrada imagen de la Virgen de las Mercedes, llevada en suntuosas andas de plata «Meneses», el clero, la banda de música, y, por último, las autoridades presidiendo la procesión; seguía en masa «una multitud incontable.»

Nos da una nota interesante para la historia del callejero de Herencia al escribir: «La modernísima y espléndida pavimentación de las calles contribuían al esplendor de esta manifestación de la fe de un pueblo que es todo de María de la Merced». Y anota un dicho popular referido a la imagen antigua de la Virgen: «Rica Mozona, / Que tiene siete cuartas / Sin la corona…».  Lo de «Rica Mozona» derivó, con el tiempo, a «Hermosona», usado para designar a la actual imagen.

Detalla la procesión y escribe: «en cuanto se fue haciendo de noche, comenzaron los vivas. Los balcones, engalanados, estaban cuajados de gente, que arrojaba verdadera lluvia de flores sobre la venerada imagen, y dinero en el suelo de las amplias andas en que se erguía magnífica y soberana. En la iglesia parroquial se cantó una salve solemnísima, y los vivas ensordecedores resonaban imponentes, como cataratas de amor, en medio de la grandiosa nave.»

«Otra vez en la calle las iluminaciones de las casas, las bengalas, las ruedas de fuegos artificiales quemadas en distintos lugares, enardecían al pueblo hasta el frenesí. La imagen se paraba delante de muchas casas en que había algún enfermo o necesidad apremiante…Una señorita cantó hermosamente una plegaria muy sentida desde un balcón, en medio de un silencio de templo…Y a medida que nos acercábamos al final, arreciaban los vivas, subía el calor del entusiasmo…Penetró otra vez en su casa la Guapa Mozona, como una gran reina en su palacio.»

Hasta aquí una síntesis del relato del P. Serapio. En tono grandilocuente y vivaz narró cuanto vio y sintió, dejándonos un retrato, bastante aproximado a la realidad que vive un pueblo, como el de Herencia, que en palabras de nuestro autor es «todo de María de la Merced». Cambian los tiempos, cambian las formas, pero el fondo permanece. Hoy, ochenta años más tarde, Herencia sigue respirando Merced, permaneciendo fiel a sus raíces mercedarias, perseverando así en el ser de su esencia más íntima.

P. Mario Alonso Aguado, O. de M.

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