Nuestra sociedad consiste en captar el pulso de lo inmediato; son tiempos de rapidez donde la imagen se valora por encima de las palabras y donde apenas queda un momento tranquilo para la lectura reposada. En medio de esta situación, surge la pregunta de si la profesión de bibliotecario está debidamente considerada, pero, por encima de esta pregunta, está el estímulo de hacer de la biblioteca un espacio abierto donde se pone a disposición de todos formación, información, cultura y ocio. En manos del bibliotecario está hacer llegar a la población (que no sólo a los usuarios) la idea de que la biblioteca es un centro activo que se adapta a los nuevos tiempos, un espacio abierto de diálogo y comunicación social. Acercar la biblioteca no es una tarea fácil, pero sí un desafío por el que trabajar que puede reportar grandes satisfacciones.
Hay una primera consideración básica: la biblioteca ha de ser un recinto agradable y atractivo. El caso de la biblioteca de Herencia (Ciudad Real) es un claro exponente de adaptación funcional donde el usuario dispone de unas instalaciones y un mobiliario adecuado a la óptima utilización de los recursos de que se disponen. No obstante, un espacio adecuado no es suficiente; la biblioteca tiene que llegar a la gente y darse a conocer. Hay que dinamizar la biblioteca a través de programas que estimulen y favorezcan el conocimiento y su intercambio, así como fomentar la adquisición de hábitos lectores entre la población.
Uno de los programas que más éxito ha tenido de cuantos se han llevado a cabo desde la biblioteca se realizó el pasado año contando con la participación de los alumnos de 4º de E.S.O. del I.E.S. “Hermógenes Rodríguez” y del Colegio de los Padres Mercedarios. La idea surgió tras comprobar la desmotivación generalizada de los chavales ante la lectura “recomendada” de los libros que se les proponen en clase. Mi labor como bibliotecaria me ha demostrado que la elección por parte de los alumnos de los libros de entre los que les recomiendan los profesores, se basa en criterios tan insostenibles como el número de páginas que tienen. Es una triste realidad que se repite con frecuencia y que inutiliza otros criterios más necesarios. Bajo esta premisa, es de suponer que la predisposición a disfrutar con la lectura se ve seriamente mermada.
La propuesta vino de una compañera, Carmen Riaza, que sugirió utilizar la idea del popular concurso televisivo “Un, dos, tres… ¡a leer esta vez!” como gancho para provocar la lectura de libros. Se propuso a los profesores un concurso, basado en el programa de televisión, a través del cual transformar las lecturas “recomendadas” en una actividad lúdica y didáctica. Contando con los necesarios apoyos, elaboramos una serie de actividades que se desarrollaron a lo largo de dos meses y que dividimos en varias fases. Además, una parte del concurso se llevó a cabo en el aula y otra en la biblioteca, por lo que se favoreció el dar a conocer nuestro espacio y fomentamos la formación de usuarios.
La actividad se desarrolló de la siguiente manera:
– Fase preparatoria y de motivación: con quince días de antelación, visitamos cada uno de los cursos participantes para explicar la dinámica del concurso, las reglas del juego y para delimitar los grupos y portavoces de cada uno de ellos y, por supuesto, para incitar a la lectura del libro sobre el que se basaría el concurso. En el caso de los alumnos del instituto jugamos con el libro de Carlos Puerto “El rugido de la leona”, mientras que los alumnos del Colegio de los Padres Mercedarios jugaron con “Abdel”, de Enrique Páez, ambos de la colección Barco de Vapor de SM.
– Juegos en el aula: En esta fase, llevamos el juego a su terreno, es decir, al aula. Las pruebas que tuvieron que superar estaban directamente relacionadas con el contenido del libro, las diferentes áreas curriculares, así como pruebas de destreza, ingenio y habilidad. Resultó muy grato comprobar que los chicos habían realizado una lectura comprensiva del texto y habían retenido con facilidad lo leído, tal y como se demostró en la resolución de las pruebas, que, por otra parte, resultaron ser fuente de situaciones muy divertidas. En esta fase determinamos, en función de la puntuación obtenida por cada uno de los grupos, el orden de participación en la siguiente.
– La subasta: Última fase en la que los alumnos se desplazaron hasta la biblioteca y en la que participaban dos clases completas que competían entre sí. En ella, los alumnos debían superar unas pruebas con las que dábamos a conocer los recursos que la biblioteca pone a su disposición y la adecuada utilización de los mismos. Estas pruebas daban la opción de elegir entre una serie de objetos portadores de un premio y con los que realizábamos la subasta, siguiendo el funcionamiento del concurso televisivo. Además, en esta etapa, interrelacionamos a alumnos de diferentes centros, lo que exigía no sólo la participación de los portavoces de cada clase, sino del grupo en su totalidad. Por ello, tanto la motivación como la competición fueron recursos puestos al servicio de la lectura.
La preparación de la actividad requirió mucho esfuerzo y trabajo previo a su puesta en marcha, ya que había que adaptar la dinámica original del juego a los destinatarios, el espacio, los materiales y los recursos humanos y económicos de los que disponíamos (escasos como se sobreentiende). Aún así, todos los esfuerzos merecieron la pena porque los resultados fueron altamente satisfactorios y cumplimos los objetivos marcados. Logramos motivar a los chavales en la lectura del libro no desde la perspectiva de “lectura obligada para”, sino de “lectura gracias a la que” de manera que el acto de leer fuera en sí mismo una recompensa, una ventana desde la que asomarse al mundo y una herramienta de interacción social. Garantizamos que todos los alumnos de 1º de E.S.O. visitaran la biblioteca y aprendieran su funcionamiento, algo que consideramos de vital importancia puesto que la biblioteca es en muchos casos una desconocida. También conseguimos captar nuevos socios a partir de esta actividad, y “recuperar” a otros tantos que fueron usuarios habituales durante su infancia, pero que posteriormente la abandonaron por diversas razones. Lo que es más, transcurrido el tiempo, nos consta que hemos transmitido a los participantes el placer de la lectura y que pasan a asociar el mundo del libro con algo más que una calificación de examen o una actividad pesada y obligatoria.
Hay un último apunte que conviene subrayar. La colaboración con los centros educativos en este tipo de actividades es fundamental. De hecho, entre estos y la biblioteca debería haber una relación estrecha que favoreciese programas conjuntos de dinamización lectora. En el caso de la biblioteca de Herencia, se suele contar con la colaboración de los diferentes centros, lo cuales acogen con agrado las actividades que se les propone. No obstante, el cauce de comunicación es unidireccional, es decir, la biblioteca propone y el centro colabora o no en función de sus propias necesidades. Me temo que esta será la manera de funcionar más generalizada, pero a mí me gustaría expresar el deseo de que también surgieran propuestas por parte de los centros educativos, puesto que la biblioteca está abierta a cuántas ideas se puedan llevar a cabo para transmitir el gusto por la lectura. Profesores y bibliotecarios debemos compartir la pasión común por los libros y por colaborar en la formación de una sociedad cimentada en valores de diálogo, respeto y conocimiento.
BIBLIOTECA MUNICIPAL “MIGUEL DE CERVANTES” DE HERENCIA (Ciudad Real)
Ana Fernández-Conde Diez. Bibliotecaria.