Úbeda: una mirada cultural sobre España

Buscando noticias sobre Herencia (Ciudad Real) en Internet nos hemos encontrado con una referencia a una exposición de nuestro vecino Agustín Úbeda, la cual reproducimos aquí y que podeis visitar también en la fuente original:

«Es la octava exposición que Agustín Úbeda celebra en Van Dyck («Realidades de la mente» (16 de marzo al 4 de abril) y tiene todo el aire de ser un homenaje de los muchos que este gran pintor está recibiendo desde hace años. Agustín Úbeda-Romero y Moreno-Palacios nació en Herencia (Ciudad Real) en un lejano 1925. Formado en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, marcha a París en 1953 y un año más tarde toda su producción le es contratada por la galería Drouant-David. Es ya universal cuando en 1957 recibe en la ciudad de la luz el Gran Premio de la Joven Pintura. Ha llovido mucho desde entonces y no es posible en estas pocas líneas seguir detallando su trayectoria académica y profesional, en la Universidad Complutense de Madrid.

Al juntar cuatro de sus apellidos parece que ha querido formar una retahíla de carácter español, como el resumen o quintaesencia de toda una cultura. La misma que vivieron y defendieron en París gentes como Picasso, Juan Gris, Orlando Pelayo, tres pintores de Meninas, tres admiradores de Velázquez y de Goya, como aquí Manolo Valdés, en aquella ciudad que todavía no se había dado cuenta de su decadencia tras la II Guerra Mundial, cuando el nuevo epicentro del arte se localizaba en Nueva York. Pero igualmente triunfó temprano en América, donde sus obras cuelgan en numerosos museos y universidades.

Un día de finales de los años cincuenta estaba Úbeda contemplando a Marc Chagall (1887-1985), que colgaba una exposición en la galería Maeght de París. Se establece el diálogo:

-Así que usted es el joven pintor español de quien tanto hablan los periódicos. Y dicen que se parece a mí, pero yo no lo creo…

-Yo tampoco lo creo, maestro. Tenemos puntos de vista diferentes. Usted pinta hermosas novias volando, con sus tules y flores, que nunca terminan de casarse. Yo las pinto muy casadas y las meto directamente en la cama. Es una diferencia notable que los críticos no han advertido todavía.

-Sí que es una diferencia notable… Y está muy bien que los jóvenes utilicen después a las mujeres que dejamos los mayores…

Fue una gran pelea de gallasperos. En efecto, las jóvenes que flotan en el aire de las estancias y paisajes de Agustín Úbeda saben a Chagall, pero también a Goya. No son nada provocativas, antes se muestran pudorosas, frescas, rebosando un cariño y una inocencia que desarbolan al mismísimo Tenorio y le convierten en un bachiller enamorado. Y esos graves caballeros velazqueños, esos infantes del Greco, ya calvos y decrépitos, asoman por debajo del embozo del lecho, para asistir a la celestial aparición de la bella.

Y en el mundo de hoy, los «corregidores no amantes de Marilyn Monroe» (1988) sueñan -como ancianos ante la pasarela diaria de la tele, como paseantes con apoyos que se paran a mirar los anuncios de ropa interior- que les hubiera gustado vivir en otra época, cuando era posible creer que una muchacha de 20 se podía casar por amor con un rico y poderoso de 50. Hoy saben que ya no es posible. Agustín Úbeda ha pintado la España de hoy con las apariencias de la España de ayer. Es una mirada cultural que se pierde, una mirada en grave peligro de extinción. Las referencias siguen siendo Quevedo, Cervantes, Zorrilla, Velázquez. Los títulos de los cuadros lo sugieren: «Don Juan, don Juan yo te…», «Fueras más casta si no lo fueras» (1970), «Cara de siempre novia» (1974). El caballero recuerda su caballo de cartón y lo ve montado por una amazona voladora. El caballero mira un candelabro y se pasma al verlo convertido en una muchacha tentadora. Pero hoy esta cultura se pierde. Ya no celebramos la noche del Tenorio, sino a unos fantasmas ingleses.

Y un último toque. Son famosas las flechas de Agustín Úbeda. Pueden significar cualquier cosa. Son estrellas que se mueven en el cielo, señalan caminos en la tierra, indican la dirección de las miradas y de los deseos. Son también cintas que adornan muebles, vestidos y caballos. Son pictóricas y carnales, tan reales que pueden reflejarse en los espejos de las estancias de esos caballeros que por fin han comprendido que no eran ellos, sino ellas, quienes hacían girar los planetas.»

Fuente: Diario La Nueva España

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