Por Luis Miguel Fernández-Montes y Corrales.
Durante muchos años hemos escuchado de boca de nuestros abuelos, cómo Herencia, hacía muchos años, se encontraba al otro lado del Cerro de San Cristóbal. Desde allí unas fiebres, decían, habían empujado a sus habitantes hacia la actual ubicación de la localidad. Esta historia se veía apoyada, no solo por la tradición oral, sino también por la presencia en aquella zona de lo que parecían ser restos “de ollas, cacerolas y otro tipo vedriao.” Curiosamente, esta historia a veces se entremezclaba con la de la extinta localidad de Villacentenos, ubicándola precisamente justo tras el mencionado cerro.
La verdad, como suele suceder tiene más de un camino, y si bien ninguna de estas dos historias son del todo verdad, tampoco son falsas por completo. Como todos ya sabemos, este año 2014 se conmemora el 775 aniversario de la Carta Puebla. En 1239 el comendador de la Orden de San Juan en Consuegra, don Ruy Pérez otorgaba al concejo de Herencia el privilegio de conformarse como pueblo, unido a otras muchas ventajas fiscales y jurisdiccionales, para así favorecer la repoblación de la zona. Pero, como hemos dicho para 1239 en Herencia ya existía una estructura política, el concejo, que gobernaba una ciudad con cierto número de habitantes y donde estaban representados los diferentes estamentos sociales propios de aquella época. Además está atestiguada una visita previa al otorgamiento de la carta puebla del arzobispo de Toledo Ximénez de Rada (personaje singular pues, además de arzobispo, fue un hábil político, historiador y gran estratega militar, no en vano participó en la batalla de Las Navas de Tolosa siendo uno de sus principalees comandantes) en la que ya se habla de la iglesia de la Concepción y su deplorable estado, por lo que nos hace sospechar que existía ya una urbanización bastante consolidada y compleja. Por lo tanto, y hasta que la arqueología u otras investigaciones apunten lo contrario, podemos afirmar que la ubicación actual de Herencia es la misma que cuando se fundó como muy pronto hacia finales del siglo XII.
1. Villacentenos y Herencia.
Entonces, ¿de dónde vienen estas historias sobre la antigua localización de Herencia? ¿son falsas entonces? ¿y qué sucede con Villacentenos? Empecemos por tratar de responder a esta última cuestión. Sobre Villacentenos, mucho y muy bien se ha escrito al respecto durante estos últimos años gracias, en gran medida, a la labor de Ángel Martín-Fontecha, Claro Manuel Fernández-Caballero entre otros. Hagamos, no obstante, un brevísimo resumen. Villacentenos, al igual que Herencia, surgió en un contexto de repoblación de una zona, la cuenca del Cigüela, de gran interés estratégico pues, como veremos más adelante, se trataba de una encrucijada entre las rutas de Levante hacia el interior y de Andalucía con el norte. Recordemos que se vivía en una época de gran conflictividad y que nuestra comarca era frontera con el mundo musulmán, que para finales del siglo XII había caído bajo el dominio del Imperio Almohade del norte de África. Por lo tanto la vida en la frontera no era fácil, baste recordar la dolorosísima derrota infligida a las tropas cristianas en el castillo de Alarcos en 1195 por parte del ejército almohade, derrotando incluso a los afamados caballeros calatravos. Y aunque el grueso de los combates, nunca llegaron al Cigüela, sí que lo hicieron sus consecuencias. Las rutas comerciales se cortaban y con él el trasvase de mercancías, lo que estrangulaba el comercio local. Además el tránsito continuo de tropas, bien pudo afectar al normal funcionamiento de los concejos. La indefensión pues, de muchos de estos nuevos pueblos provocó que muchos de ellos “fracasaran”, por así decirlo, optando sus habitantes por otras alternativas.
Tal pudo ser el caso de Villacentenos y Herencia. Recibida la Carta Puebla, Herencia resultaba un destino mucho más apetecible que antes. Ahora no solo se otorgaba beneficios fiscales y tierras a los nuevos pobladores, sino que además se ofrecía la protección jurisdiccional de la Orden de San Juan. Recordemos que la Orden de San Juan gozaba de gran prestigio. Había sido una de las Órdenes Militares que había participado en las Cruzadas en Tierra Santa, donde crearon un hospital en Jerusalén (de ahí que también fueran conocidos como Hospitaliarios) para proteger a los peregrinos. Además su posición en la zona era bastante segura, gracias a que se asentaron en el fácilmente defendible (aunque nunca tuvieron ocasión de comprobarlo) castillo de Consuegra. Sea como fuere, Villacentenos quedó prácticamente despoblada aunque durante mucho tiempo, su existencia estuvo ligada a nuestra localidad. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.
La vieja leyenda acerca de que muchos de los villacenteneros abandonaron su hogar huyendo de una epidemia bien pudo tener una base real. Si bien desconocemos casi por completo las vicisitudes de la vida de Villacentenos y ni las fuentes documentales ni la arqueología nos aportan ninguna información de ello, el estancamiento de las aguas del río (algo que sucedía con cierta asiduidad) pudo provocar algún tipo de enfermedad (paludismo, esquistosomiasis, fiebres tifoideas…), diezmando la población del entorno velozmente, pues muchas de estas enfermedades eran transmitidas por mosquitos y otros animales. Aunque este será una incógnita que se sumará a las muchas que quedan por despejar en la Historia de nuestra localidad.
2. San Cristóbal y los supuestos restos de la “antigua” Herencia.
Aclarado el hecho de que Villacentenos nunca fue Herencia y que solo nutriría con nuevos habitantes tras el otorgamiento de la Carta Puebla, ¿qué sucede con la otra leyenda acerca de la presencia nuestro pueblo al otro lado de San Cristóbal? ¿y de los supuestos restos que aparecían en las fincas que circundan la zona? En este caso, y aunque siempre nos moveremos en el campo de la suposición, contaremos con el apoyo de algunos datos arqueológicos. Pero antes de hablar sobre estos, nos retrotraeremos unos cuantos años antes de la Carta Puebla.
Como todos sabemos, en 711 los ejércitos musulmanes cruzan el estrecho, y ya en 718 dominan la práctica totalidad de la Península Ibérica. Sin embargo, no sería hasta la proclamación del Califato de Córdoba, en 929, cuando el dominio musulmán alcanzase su máximo apogeo. Durante este periodo y hasta su disolución la dinastía reinante, los Omeyas, establecerán una peculiar división administrativa sobretodo en lo que a regiones fronterizas se refiere. Normalmente y aunque no fue un modelo completamente homogéneo, se articulaba en coras (o kuras, muy similares a las marcas de los reinos cristianos) y medinas (o madinas, es decir, ciudades propiamente dichas) fronterizas. Durante el primer periodo del Califato, durante el gobierno de Abderramán I, se contabilizan al menos 26 coras, entre las que se encuentra, por ejemplo, la de Qal’at Rabah (la actual Calatrava la Vieja). Calatrava desde su fundación en el siglo VIII, fue un importante centro de producción cerealística, famosa por su buena caza y sus excelentes pastos, lo que favorecería la expansión de una gran cabaña ganadera (ya las hacen referencia a la excelente carne de cordero y a los magníficos quesos producidos en la zona). Pero a parte de su gran producción agropecuaria, Calatrava fue determinante para el poder Omeya en la región, pues permitía a Córdoba controlar a la, casi siempre insurrecta, ciudad de Toledo. No en vano, la zona de Calatrava fue ocupada por clanes originarios de la Península Arábiga, a diferencia de otras muchas regiones españolas que fueron habitadas por clanes norteafricanos, lo que permitió tener una relación de compromiso y alianza con la dinastía cordobesa que no tuvieron otras zonas y ciudades.
Otra de las coras más importantes, y que afectan directamente a nuestro Historia, es la de Santaver que ocupaba buena parte de la actual provincia de Cuenca, parte de la de Teruel, así como algunas zonas de Guadalajara y Valencia. El interés estratégico de esta cora en concreto se centra en el control de las rutas hacia Toledo, una de estas vías era la que unía Córdoba, pasando por la antigua capital visigoda, con Zaragoza y que, como muchos ya podrán adivinar, transcurría por casi el mismo trazado que la actual Nacional 420.
En la zona de confluencia entre estas dos coras y, justo en medio de esta ruta que unía tres de las ciudades más importantes de Al-Andalus, se encontraba el clima (o iqlim, una subdivisión de la cora) de Fafhs al-Luyy (literalmente “Campo del Bosque”) cuya capital era Qasr Atiyya, que tradicionalmente se ha identificado con la actual Alcázar de San Juan, y que en última instancia dependería de los amplios dominios de la ciudad de Toledo.
Es en este contexto es donde surgirían varios poblados en torno a estas vías de comunicación, muchos de ellos además aprovecharán la fértil cuenca del río Cigüela. Así pues y como demuestran los trabajos realizados durante la construcción de la famosa tubería transmanchega, por la empresa de arqueología AUDEMA, existió cerca del arroyo Valdespino un asentamiento fruto, probablemente, de un prolongado proceso de islamización de población hispano-visigoda. Se trataría, en realidad, de una granja que combinaría los cultivos de secano (como la cebada o el trigo) con los de regadío. De hecho se ha localizado la presencia de una gran noria de sangre (una noria movida por la fuerza de un animal, por lo general un buey). Aunque se han encontrado otras norias en la zona, (como la hallada en la vecina localidad de Campo de Criptana en el yacimiento de Villajos), su gran tamaño, uno ocho metros, han hecho pensar a sus investigadores que se tratase de una almunia. Este tipo de construcciones típicamente califales, eran una especie de “villa” o, en términos más coloquiales, una casa de campo, que pertenecería a las élites locales. Lo que demostraría de paso, la prosperidad económico social de la región ya a comienzos del siglo XI. La urgencia de la actuación debido a la premura de las obras de la ya mencionada tubería transmanchega, hizo que no se pudiera profundizar mucho en este rico yacimiento que además posee un interesantísimo horizonte iberorromano.
La presencia de este tipo de granjas, junto con otras de carácter más humilde, fueron sin duda abundantes durante el periodo de dominación musulmán. Tras la disolución del Califato de Córdoba en 1031 surgieron multitud de pequeños reinos o taifas, que vendrían a ocupar el vacío de poder dejado por aquél. Uno de los más importantes, ricos y extensos fue el Reino de Toledo, que llegó en su periodo de mayor esplendor durante el reinado de Almamún a conquistar la propia Córdoba. La dinastía se mantendría en el poder hasta que Alfonso VI consiguió que la ciudad capitulase en el año 1085. Cuando esto sucedió y el mundo musulmán se parapetó tras Despeñaperros, el territorio comprendido entre los valles del Tajo y del Guadiana se convirtieron en una gran franja fronteriza, y que como apuntábamos en el primer punto de este artículo, fue poco a poco repoblada gracias a los esfuerzos (e intereses) de particulares, órdenes militares e incluso la propia corona.
Las granjas y almunias fueron probablemente abandonadas tras confirmarse el dominio castellano sobre el reino de Toledo, no obstante, en el caso de que estas hubieran sido reutilizadas por poblaciones cristianas, (hecho del que no tenemos, hasta la fecha, ninguna evidencia arqueológica ni documental) quedarían vacías con toda probabilidad con el sucesivo otorgamiento de cartas puebla, como la de Herencia, que como ya dijimos concedía a los nuevos pobladores exenciones de impuestos y protección, entre otros derechos.
Los restos abandonados de las granjas y almunias pasaron a formar parte del paisaje, y con el tiempo de la historia oral y de la población de Herencia, dando lugar a la leyenda que situaba a Herencia al otro lado del Cerro de San Cristóbal. Como toda leyenda, tal y como aquí se ha tratado de explicar, tiene un poso de verdad. Al igual que ocurriera con Villacentenos, los pobladores de estas pequeñas granjas pudieron nutrir con nuevos habitantes Herencia tras 1239.
Artículo escrito por Luis Miguel Fernández-Montes y Corrales.
Publicado en el libro de Feria y Fiestas de Herencia 2014, págs. 82-87.