Con motivo de la celebración del V centenario de la muerte de Cervantes, publicamos aquí un artículo escrito por el historiador mercedario Mario Alonso Aguado y publicado el pasado viernes 18 de marzo en el periódico El Semanal de La Mancha. Recordar, que Mario Alonso ya escribió un interesantísimo artículo titulado «Herencia, Cervantes y El Quijote«donde recogía gran parte del poso cervantino y quijotesco de la localidad manchega de Herencia (Ciudad Real). Ahora, con motivo de las importantes exposiciones realizadas en la Biblioteca Nacional (Miguel de Cervantes: de la vida al mito) y el museo de Bellas Artes de Sevilla (Francisco Pacheco. Teórico, artista y maestro), Mario Alonso Aguado escribe un revelador artículo sobre el verdadero rostro de Miguel de Cervantes realizado por Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez.
Entorno al verdadero rostro de Miguel de Cervantes
El 19 de abril del año 1616, tres días antes de morir, Miguel de Cervantes, ya muy debilitado y enfermo, redacta la dedicatoria del Persiles, su obra póstuma. En ella afirma: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de morir”. Se cumplen, por lo tanto, este 2016, los cuatrocientos años de la muerte del autor de El Quijote, de Don Miguel de Cervantes, el mejor escritor español de todos los tiempos. Eventos, congresos, publicaciones, exposiciones y un largo etcétera, tratarán de arrojar luz sobre la atribulada e incierta biografía de Cervantes, existencia llena de desvelos y desventuras, vivida a manos llenas, a menudo salpicada de lagunas documentales.
El mundo de la cultura se felicitaba, recientemente, por la publicación de un volumen titulado Autógrafos de Don Miguel de Cervantes Saavedra, lo que algunos han dado en llamar el autorretrato auténtico de Cervantes, se trata de un conjunto de once documentos escritos de puño y letra de Cervantes. Son las huellas del escaso ADN manuscrito que conservamos de nuestro autor. Con la prestigiosa letra bastarda de la época nos presenta el boceto de su autorretrato, compuesto por palabras acerca de su vida cotidiana y personal, pinceladas que dibujan intereses, preocupaciones, afanes, sinsabores, anhelos, fatigas, decepciones…
Otro cantar bien distinto, es averiguar cómo era su verdadera fisonomía. No son muchos los cuadros, pinturas, o grabados que ofrezcan una credibilidad mínima. Quizá el retrato más emblemático de todos sea el que supuestamente pintó Juan de Jáuregui. Tenemos, eso sí, una descripción física que Cervantes hizo de sí mismo en 1613 en el prólogo al lector de sus Novelas ejemplares: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene si no seis, y éstos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos estremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; este digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha…”
Dejando de lado una serie de supuestos retratos de Cervantes, queremos centrarnos hoy en un cuadro de Francisco Pacheco, San Pedro Nolasco embarca para redimir cautivos. De esta obra, conservada en el antiguo Convento de la Merced de Sevilla, actual Museo de Bellas Artes, se dijo que Pacheco había retratado al autor de El Quijote como barquero. En publicaciones del siglo XIX se presentaba a este personaje como “el verdadero rostro” del célebre escritor. Nada más y nada menos que Benito Pérez Galdós, escribía sobre el asunto en La Ilustración de Madrid. Revista de Política, Ciencias, Artes y Literatura, Madrid, 15 de abril de 1872. Para Galdós el retrato más auténtico de Cervantes es el que representa un grabado de la misma revista, copia fiel del olvidado lienzo de Pacheco, en el que ciertos bibliófilos andaluces acaban de descubrir la figura del ilustre cautivo de Argel. El insigne novelista decimonónico dice hallar bastante semejanza entre el retrato anónimo que hasta entonces se suponía de Cervantes, y éste “nuevo” recientemente encontrado. No halla gran diferencia en los rasgos principales del semblante; “y la desemejanza más bien proviene de los accesorios; como sombrero y vestido, o de la expresión en el mirar y postura de la cabeza.”
El cuadro mercedario, al venimos refiriéndonos, es un óleo sobre lienzo de 195 x 255 cm. datado entorno a 1600. Formaba parte de un conjunto de lienzos que Fray Juan Bernal, comendador de Sevilla, había encargado para decorar el claustro principal del convento. El protagonista máximo es San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced, tratando de embarcar desde el puerto de Barcelona hasta las costas norteafricanas para poder comprar la libertad de los cautivos cristianos. Un marinero, bastante corpulento, ayuda al fundador a embarcar, éste lleva la cabeza cubierta con la capucha del hábito de la Merced. Como curiosidad anotamos que esta cara del santo se popularizó en 1963, en un sello de correo postal que conmemoraba el 75 aniversario de la coronación pontificia de la imagen de la Virgen de la Merced de Barcelona. En la barca, al centro un fraile mercedario ya sentado, tocado con el capelo sacerdotal, a su derecha, enhiesto, el barquero, personaje estrella, que se supone posee los rasgos faciales de Miguel de Cervantes; y a su izquierda otros dos marineros portan los baúles con los caudales para la redención. En el ángulo inferior derecho, un niño, acaso el fámulo de Nolasco, mira fijamente al espectador, porta la barretina o sombrero catalán y sostiene en la mano la bolsa de las limosnas y el capelo del santo fundador. En un primer plano, la arena de la playa, con el agua y varias conchas, contribuyen a dar una sensación de cercanía. La escena se completa con un fondo plenamente marítimo, en el que se dibuja el perfil de la costa mediterránea con algunas edificaciones y diversas embarcaciones.
La pintura es un buen ejemplo del manierismo donde los personajes son de contundente volumetría, con gestos marcados, expresivos, y un tanto rudos.
Pensemos, ¿Navega San Pedro Nolasco por los mares del arte, con un barquero de rasgos cervantinos? ¿O es algo puramente casual, capricho de unas fisonomías parecidas? Lo que si podemos dar por cierto es que la familia Cervantes y los frailes de la Orden de la Merced arribaron juntos, tras sortear aguas cautivas, hasta alcanzar el ansiado puerto de la libertad.
Mario ALONSO AGUADO,
Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de TOLEDO.