Miércoles,17 de agosto de 2016.
“De manera, que contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias. Yo sé y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia.” (Cap. IL, 1ª parte de “El Quijote”).
Es un momento donde tu mente divaga pensando en un futuro más o menos cercano, y teorizas sobre fechas próximas donde las campanas dejarán su lugar a la voz de los imanes que llamarán a la oración desde lo alto de los minaretes de las mezquitas.
De nuevo cambias de cantón para introducirte por la ciudad de Oberbüren en el cantón de Sankt Gallen (San Galo en castellano), en cuya capital descansarás de la etapa de hoy.
El camino de hoy ha combinado caminos entre bosques y la fría carretera. Me encanta escucharte haciendo tus pinitos con el alemán, aunque lo calificas de “muy difícil”.
El centro de la ciudad está construido sobre un terreno inestable, y muchos de los edificios se encuentran construidos sobre pilotes.
El origen de la ciudad se debe al monje irlandés Gallus (o Galo), que llegó como novicio a la zona de lo que hoy es Suiza para convertir a los alamanes al cristianismo en el siglo VI. En el año 747 sobre el lugar en que se situaba una ermita, se erigió una abadía que lleva el nombre del santo. Con continuas hostilidades contra el Obispado de Constanza, la abadía se convierte en un importante centro cultural y de poder en Europa, poseyendo una espléndida biblioteca (que se puede todavía visitar). En el siglo X la escuela de la abadía tenía 300 alumnos y su territorio abarcaba unas 48.000 hectáreas.
Alrededor de la abadía se formó la ciudad, que con el transcurso del tiempo creció, creando un contrapeso al poder político y eclesiástico del monasterio.
Sin embargo te llama la atención, además de la abadía, el conjunto de marquesinas espectaculares que hay por toda la ciudad, destacando por sus tallas, decoraciones,…También te sorprende el número de restaurantes portugueses que encuentras, lo que demuestra que el pueblo luso fue uno de los que más emigró a Suiza durante los movimientos demográficos de la segunda mitad del pasado siglo XX.
En uno de los edificios anexos a la abadía descansan los viajeros peregrinos, aunque tú reposarás en casa de tu anfitrión Milan, trabajador de correos que también hace rutas en bicicleta y que queda asombrado ante tu aventura de dos años.
Curiosa resulta esta Suiza, esta mañana en la protestante Winterthur y al término de la jornada en la católica San Galo. Así es este pequeño país, una compleja diversidad que rara vez podrá repetirse en otro lugar de la Tierra.
Despido la crónica de hoy con la última anécdota que me cuentas. En una de las fotos podemos ver un puente con un cartelito con la palabra STOP. Es curiosa la descripción de ese lugar. En este puente a lo largo de la historia decenas de personas se han quitado la vida, por ello en el cartel aparece un número de teléfono de una asociación para intentar en un último momento ayudar al que ha decidido suicidarse. El lugar impone respeto pensando en la gente que haya decidido dejar este mundo por diversas razones, y ante tal instante casi místico tu reflexión es concluyente: “La vida merece la pena”.