Artículo de Alejandro Fernández Barrajón para religiondigital.org
¿Necesitamos un ritual de bendición de parejas gay en la iglesia católica? ¿Por qué no?
Si los curas bendecimos locales comerciales, automóviles y mascotas, ¿yo no podía bendecir a mis amigos que son magníficas personas, cercanos y solidarios, solamente porque son gais? ¿Qué demonio debe tener eso de ser gais para que mis amigos hayan sido tan despreciados, señalados y marginados, como ellos mismos dijeron en la celebración de su boda?
Al acabar el rito civil, me acerqué para bendecir a mis amigos y hacer presente a Dios en un acto donde seguro que ya lo estaba desde el comienzo porque el amor fue el protagonista y dice san Juan que “Dios es amor”.
En estos días pasados me llegó una invitación de un antiguo amigo y viejo alumno seminarista para su boda.
-Quiero que vengas a mi boda. Me haría mucha ilusión. Me caso con el mi chico de mi vida.
De entrada, la invitación de mi amigo Ismael me puso en guardia debido a los prejuicios que llevamos dentro por nuestra formación eclesiástica y mi condición de sacerdote. Y me preguntaba qué iba a hacer un cura católico como yo en una boda gay. Estaba usando la cabeza y las normas y muy poco el corazón y la lógica evangélica. Ismael es un antiguo alumno mío, seminarista en su juventud, y es, sobre todo, un buen amigo, porque desde que abandonó el seminario he mantenido con él una relación muy fluida, afectiva y cercana. Él mismo vino a mi casa familiar a presentarme a su pareja, Mateo, un chico italiano de una familia de profundas raíces católicas.
Por un momento quise ponerme en sus zapatos y pensar qué haría Jesús en este caso que aceptó la invitación de sus amigos de Caná, participó de la fiesta y nos invitó a descubrir el vino nuevo que tanto necesita nuestra iglesia, tan cuestionada en estos momentos por no saber estar a la altura de los tiempos que nos han tocado vivir. Lo comenté con otros amigos de confianza y todos me animaron a participar excepto uno que me dijo que tuviera cuidado por si me “excomulgaban”.
Fue éste quien más me hizo ver claro que no podía faltar a esa cita tan importante para mis amigos. Si los curas bendecimos locales comerciales, automóviles y mascotas, ¿yo no podía bendecir a mis amigos que son magníficas personas, cercanos y solidarios, solamente porque son gais? ¿Qué demonio debe tener eso de ser gais para que mis amigos hayan sido tan despreciados, señalados y marginados, como ellos mismos dijeron en la celebración de su boda? Nunca olvidaré, por obscena, la declaración delactual obispo de Alcalá de Henares que ya, felizmente, va a pedir su jubilación, que dijo, textualmente, que ser homosexual es como haber nacido sin un brazo? ¿Sería esto una inspiración divina o más bien una actitud homófoba y, por tanto, antievangélica?
En esto andaba pensando cuando contesté enseguida a Ismael para decirle:
-Cuenta conmigo, estaré con vosotros en vuestra boda con mucho gusto.
Y dicho y hecho. Allí me presenté como un invitado más, en medio del “glamour” de los invitados y su abrazo al verme fue más que expresivo de la alegría que sentían. Y, mucho más aún, sus padres, gente sencilla, trabajadores del campo, que pensaban que yo no iría a la boda por mi condición de sacerdote, y así me lo hicieron saber:
–Gracias por acompañarnos. Pensamos que no vendrías pero estamos felices de que lo hayas hecho. Sabemos que nuestro hijo lo valora mucho.
El resto de la celebración fue para mí una confirmación de que mi iglesia católica está perdiendo el paso de la modernidad y no acaba de acompañar la vida real, con sus luces y sombras, del presente que nos toca vivir, encorsetados en ritos que la gente entiende cada vez menos, por muy teológicos que sean, y eso puede explicar, en gran parte, la deserción constante que estamos sufriendo. Parece que ya solo se casan por la iglesia el 17 por ciento de los nuevos matrimonios y con tendencia a la baja. ¿Qué ha de suceder para que reaccionemos?
Lo cierto es que la celebración civil fue una hermosa ceremonia, preparada con todo detalle, llena de gestos humanos y enternecedores, muy participativa, que dejó muy satisfechos a los participantes. ¡Ya quisiera yo que los asistentes a una misa salieran tan satisfechos y felices!
Y al acabar el rito civil, me acerqué para bendecir a mis amigos y hacer presente a Dios en un acto donde seguro que ya lo estaba desde el comienzo porque el amor fue el protagonista y dice san Juan que “Dios es amor”. Ellos me lo agradecieron mucho, se les veía muy felices y confirmaron mi bendición con un beso entre ellos. La madre de Mateo, mujer creyente, no podía disimular su alegría y mucho más cuando le regalé una pequeña cruz que yo había comprado con esa intención.
Salí de la celebración con la sensación de un deber cumplido como amigo y como sacerdote, y lo último que me dijeron mis amigos es vendrían pronto a visitarme a mi casa familiar.
Tal vez algún quede alguien por ahí de la antigua escuela que me recrimine por haberme presente en una boda civil y gai. Pero como no me recrimina mi conciencia, doy gracias a Dios por la experiencia vivida que fue muy humana y gratificante.