En junio de 2005, España marcó un hito histórico al legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, haciendo realidad un sueño de igualdad. En aquel entonces, muchos municipios recurrieron a la objeción de conciencia, sin embargo, Campillo de Ranas, un pequeño pueblo de la Arquitectura Negra de Guadalajara con apenas 150 habitantes, se convirtió en un referente de inclusión gracias a su alcalde, Francisco Maroto. Con valentía, Maroto proclamó: «Yo caso», y desde entonces ha seguido oficiando bodas sin descanso.
Francisco Maroto no solo se ofreció a celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo, sino que también se asumió públicamente como gay. Este acto personal fue un significativo impulso para la visibilidad del colectivo LGTBI y un paso importante en la búsqueda de la igualdad. Maroto subraya que «sin visibilidad no hay normalidad», y aunque el país ha avanzado mucho, todavía existen parejas que eligen casarse «en secreto», especialmente en zonas rurales donde el juicio social sigue siendo un obstáculo.
El matrimonio igualitario está prácticamente institucionalizado en España, pero el alcalde lamenta que algunas parejas aún prefieran mantenerse en la intimidad de su relación. A pesar de este desafío, su labor ha transformado Campillo de Ranas en un destino de turismo nupcial, vital para la economía local. Desde 2005, el pueblo ha celebrado más de 500 bodas, de las cuales una cuarta parte son de parejas del mismo sexo.
Francisco Maroto oficia ceremonias cada fin de semana, evidenciando la popularidad del pueblo como destino matrimonial. Muchas personas asocian Campillo de Ranas con aceptación y amor, convirtiéndose en un lugar conocido entre quienes buscan formalizar su unión. El alcalde recuerda el «aluvión» de bodas tras la aprobación de la ley, reflejo de la necesidad de muchos de formalizar su relación legalmente.
Para Maroto, la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo representa una conquista social que ha remodelado la percepción internacional de España. Recuerda cómo, en aquel entonces, muchos temían las repercusiones que los sectores conservadores anticipaban, pero la aceptación ha crecido gracias al apoyo de comunidades valientes como la suya.
«¿Quién puede oponerse a un acto de amor?», se pregunta el alcalde, comprometido a seguir defendiendo los derechos del colectivo LGTBI. Aunque reconoce avances en la sociedad y la igualdad entre bodas heterosexuales y homosexuales, advierte que la lucha continúa. Propone más educación para combatir el machismo y fomentar la diversidad.
Hoy, Campillo de Ranas atrae a parejas de todo el mundo, desde Japón hasta Islandia. En dos décadas, el municipio ha pasado de tener una sola casa rural a contar con una veintena de alojamientos y una variada oferta gastronómica. Este crecimiento refleja cómo el amor ha sido un motor económico y un símbolo de tolerancia.
Al acercarse el vigésimo aniversario de la legalización del matrimonio igualitario, la historia de Francisco Maroto y Campillo de Ranas demuestra que este avance va más allá de los derechos civiles; revitaliza comunidades, fortalece sociedades y promueve la aceptación. Cada boda en el pueblo es un acto de progreso, cuyo impacto positivo se extiende por toda la comunidad.