Romance de una despedida

El pasado Viernes dimos el último adiós a uno de los más grandes hombres de La Merced, de Herencia y de Jeréz… Jesús Fdez. de la Puebla Viso, fue despedido, primero, en una rebosante basílica de la Merced de Jerez que se quedó pequeña para la ocasión y, después, bajo los pies de su Hermosona, en un compungido pueblo manchego, que siente como se le escapa parte de su voz.

Las reacciones ante dicho suceso no se hicieron esperar y numerosas han sido las condolecias que desde todos los puntos de la geografía española han llegado hasta Herencia, con el fin de dar el último adiós a nuestro Padre Jesús. Por su parte el Consejo de Cofradías de Jerez también ha declarado que pedirá en el próximo pleno una calle para el que ha sido el último de los pregoneros de la semana santa jerezana.

Así, desde esta lineas queremos recoger algunos de los mensajes de despedida que a lo largo de estos días han aparecido en la prensa española. En primer lugar el bello romance de despedida de Enrique V. de Mora, aparecido el pasado día 5, en el diario digital, lavozdigital.es/cadiz/ y que dice así:

Un panadero de Dios ha subido hasta los Cielos. Era blanco mercedario, era español y manchego de esa Castilla la Nueva que se desangró por dentro por dar a España y al mundo una Fe tras el Océano. Y sin dejar a su Mancha fue andaluz en su contento, y jerezano cabal, y pregonero y flamenco. Predicador de quinarios, voz y Fe de muchos rezos, cantor de coplas romeras, arenga de costaleros, Párroco del Corpus Christi y consuelo para el pueblo. Él, Con el Padre Felipe, quitó ruedas al misterio de esa Morena Patrona que en la Merced tiene asiento, y le puso hombres cabales bajo el faldón de su Cuerpo, para que temblara en gozo cuando sale por derecho un veinticuatro a la siete entre nardos y entre incienso.
Y porque moría también por la del Cerro el Cabezo, a Otra Morena se trajo hasta la ciudad de Jerez y otro templo para que al verla rezara la humildad de un barrio entero. Y la puso en procesión, y le dio sus costaleros y una gloria en el Otoño, avemaría de los rezos, Señora de la Cabeza, Serrana de cuerpo entero. Dios, que lo andaba buscando para llevárselo al Cielo, tuvo que hablarle y decirle, medio en broma medio en serio: Mira, Jesús, aquí arriba, te estoy echando de menos, te he dado varios avisos y ya me dice San Pedro: «con este cura, Dios mío, hay que tener mucho tiento».

Así que, quédate un rato, que por ser el Pregonero no voy a darle este año otro disgusto al Consejo. Sólo una cosa te pido, que por fraile te aconsejo: que cantes en tu pregón que es lo que, al ser fraile, espero. Luego, disfruta Jerez, llama a palios y misterios, vive con las Hermandades la salida de los Templos, escucha bien las saetas, que, aunque el patio está algo «tieso», debes cantarlas arriba, en el balcón que te he puesto para las Semanas Santas de los años venideros, donde, si el campo no impide, podré ponerles buen tiempo.

Y cuando Cristo, Jesús, resucite entre los muertos, arreglas tus cuatro cosas y te subes al momento. Y así fue, que en madrugada, con su cara de contento, el Padre Jesús se fue para abrazar al Maestro y colgar en su balcón una Palma que le han hecho Diego Conde y tres monagos que son ángeles morenos, que a la Merced le regalan la vida entera sin tiempo.

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Que no te lo roben, padre Jesús. Con este título aparece publicado el pasado 4 de Abril, en el la sección de opinión de www.lavozdigital.es, otra bella despedida de José Vegazo Mures y que trascribimos a continuación:

«Serían las seis de la tarde de un soleado domingo. Hace apenas dos semanas de este secreto que hoy, con el permiso de los cofrades del Humilladero, voy a contarles. Un mar de capirotes negros se arremolinaban en torno a Nuestra Señora de las Angustias, en la Capilla de su mismo nombre, mientras un hombre vestido de negro riguroso, con estola morada, esperaba paciente sentado en un sillón frente a la dolorosa que abraza a su Hijo. Los diputados de tramos se afanaban en colocar escrupulosamente a los hermanos que ya estaban preparados para la estación de penitencia, cuando se levantó, sereno, y se dispuso a rezar con el corazón en las manos, como solía hablar el padre Jesús.

Con la tranquilidad de siempre, ajustó el micro a su escasa altura y comenzó a hablar. Y habló para no olvidar jamás lo que dijo, para mascar y rumiar cada año, cada Domingo de Ramos, las palabras que María, siempre María, Madre de Cristo, acertó a poner en la boca de este humilde siervo de Dios. «Que no te lo roben, hermano. Que no te roben un sólo segundo de las seis horas que pasarás con María en la soledad de tu túnica». Tras sus palabras, casi 300 hombres se pusieron el antifaz, se dieron un abrazo emocionado y salieron a disfrutar por calle Higueras como les había dicho aquel sacerdote, que llamó hermosa a Nuestra Señora de las Angustias por última vez aquel día.

Y como María no entiende de advocaciones, quiso Ella que pensara en ese momento en cómo lo conocí, cuando mi melena pasaba mis hombros y mi cintura medía muchos centímetros menos que ahora, como él siempre se encargaba de recordarme. Fue en la casa de hermandad de San Miguel. Él recién llegado a Jerez, cuando pasaba paseando por allí, y me vio llevando una saya de la Encarnación. De ahí surgió una conversación que posteriormente llevó a una amistad que nos encerró en Sierra Morena, en la romería de la Cabeza, patrona de Andújar, donde fundó la semilla de lo que sería la futura hermandad de Jerez.

Un autobús entero de jóvenes le escuchó cantar, reír, contar chistes, hablar, rezar, llorar… Fueron unos días que nos acercaron a una nueva manera de entender la devoción por María. Y nos contagió de tal manera ese espíritu que resultó que la Basílica de la Merced no estaba ya lejana, que los megáfonos se convirtieron en marchas, que las ruedas fueron superadas por el compás de la gente de abajo. Nos contagió de tal manera ese espíritu que nos recordó que Jerez tiene Patrona, y que se llama María de la Merced.

Y como María, siempre María, tiene estos caprichos, quiso que me despidiera de él una Madrugada, en el presbiterio de San Miguel, yo vestido de negro, con cinturón de esparto y sandalias y el corazón por abrir. Subí, le di un abrazo, le agradecí que hubiera querido vivir la salida del Santo Crucifijo de la Salud con nosotros y le di un abrazo de los que no se olvidan. Y le dije que nadie, absolutamente nadie, me robaría las cinco horas que me disponía a pasar con el Santo Crucifijo y su Madre… Y se limitó a sonreir.

Permíteme que me despida de ti con un hasta pronto, Jesús, con la certeza de que algún día nos veremos y te podré preguntar, allá donde estés, si el pan del cielo es mejor que el de la tierra. Y si te acordaste de disfrutar, sin que te robaran ni medio segundo, de la morena de la Merced.«

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