Davidun "tesoro" en Herencia

Davidun «tesoro» en Herencia

lorenzo tajueloLa siguiente historia empieza el 3 de abril de 1850, cuando Lorenzo Tajuelo García-Miguel, de 27 años y de oficio jornalero, y Francisco Moreno-Palancas García, de 29 años y también jornalero, se encontraban haciendo “dos cargas de tocones de cepas de mataparda en la Sierra llamada La Pedriza, término de Herencia, (distantes a tres cuartos de legua poco más o menos de esta población)…, llegando al poyo empedrado de agua, situado en la umbría de la sierra, o sea mirando al norte, por la falda de esta sierra hasta que se encontró con una piedra muy grande entre el dicho poyo y el cerro que nombran del Zapato”  descubrieron en las escarbas que iban realizando, “en las entrañas de la tierra”, varios objetos con piezas encadenadas al parecer de hierro.

Al parecer, tras el hallazgo entregaron lo encontrado a sus mujeres (Juana Ramírez del Pozo Martín-Barrajón, la de Lorenzo, y Francisca Callejas García-Miguel, la de Francisco) las cuales fueron inmediatamente a venderlas “al peso” a un calderero napolitano que se encontraba en la localidad de Herencia. Así lo hicieron, y tras pesar la mercancía (cuatro libras y seis onzas –aproximadamente dos kilogramos-) recibieron la cantidad de 10 reales y 30 maravedíes al venderla como cobre o latón.

Sin embargo, al término de la jornada, los jornaleros viendo el dinero cobrado por las mujeres pensaron que habían hecho un mal trato y, posiblemente sintiéndose estafados acudieron a pedir socorro al alcalde de la localidad, Juan Palomino Dávila, pues “más orientados nosotros enseguida dimos cuenta al alcalde con la demanda que el calderero devolviera la mercancía deshaciendo el contrato”.

Así a las ocho de la tarde, acudieron a la posada de la localidad herenciana que pertenecía a Donato Vela y su mujer Rufina Madero, donde sabían se hospedaba el citado calderero italiano (de nombre Miguel Saerín). Allí detallaron los objetos encontrados en La Pedriza, un total de 14 piezas con las siguientes descripciones:

  • Un jarro pequeño sin asa muy abollado.
  • Una especie de fuente también muy abollada y estropeada.
  • Dos rollos de alambres con una chapita en medio que parecían resortes de los que hay en las Iglesias.
  • Cuatro chapas sin inscripción, cifra ni jeroglífico alguno.
  • Dos tapaderas de esas como las de los cañones de velas.
  • Cuatro cadenas de distintos tamaños hechas de anillas gruesas de alambre dorado.

Se hicieron unas pruebas rápidas a las piezas y comprobaron que se trataba de oro puro, se levantó el depósito hecho con el calderero, pero la situación se agravó iniciándose un profuso pleito “sobre pertenencia de cierta porción de oto labrado, procedente de un hallazgo”.

Se recogió todo el material y se depositó en la persona del farmacéutico Pedro Antonio Muñoz, “de esta vecindad, para su guarda y seguridad”.

pedro antonio munozSin embargo, el problema no había hecho más que empezar pues el ayuntamiento reclamó rápidamente la mercancía al haber sido hallada en un paraje considerado terreno de propios de la villa, o también denominado bienes o fondos de propios, y amparándose en la Ley del 9 de Mayo de 1835 sobre los citados bienes de propios, el concejo debía ser el benefactor de hallazgo.

Así Cristóbal de Herles (regidor síndico del ayuntamiento), se hizo cargo del pleito para la defensa de los intereses del ayuntamiento, mientras que los dos jornaleros herencianos buscaron su representante judicial en el escribano Joaquín Fernández Villarejo. El asunto fue trasladado de inmediato a Alcázar de San Juan.

cristobal herles joaquin fernandez villarejo

Por si fuese pequeña la complicación burocrática en la que se estaba enzarzando el asunto, un nuevo frente apareció en el pleito. Se trata de la demanda interpuesta por el herenciano José Benito Cañadas, en nombre de su hijo Anselmo Juan Cañadas Aguilera (de 20 años de edad). El motivo no era otro que reclamar su parte del “tesoro” pues según su versión el joven Anselmo también estaba con Lorenzo y Francisco en el momento del hallazgo del oro.

El pleito trascendió a toda la localidad, y personajes públicos de la misma se posicionaban a favor de alguna de las partes. Es el caso de Pedro Ortega, Teniente Coronel retirado que apoyaba a los jóvenes que hicieron el hallazgo o Valeriano Azañón, que como Secretario del Ayuntamiento defendía los intereses del mismo.

valeriano azanon pedro ortega

Procuradores, letrados, representantes, peritos para la tasación de las piezas  (Manuel Fernández de la Puebla y Máximo Moreno Manzanaro), numerosísimas notificaciones, prórrogas en las diferentes instrucciones, profusos interrogatorios a las partes y testigos, apelaciones, … dieron forma a un farragoso expediente judicial que todavía tendría que presentar alguna que otra sorpresa.

La documentación fue trasladada de Alcázar a Ciudad Real, y allí el tema del tesoro pasó a un segundo plano pues desde la capital provincial se quería dirimir con claridad la consideración como Bien de Propios del paraje donde se encontraron las piezas, y como los herencianos hacían uso de la leña del mismo.

Para aclarar todos estos detalles se produjeron una serie de interrogatorios a vecinos de la localidad que pudiesen aportar luz al asunto. Los interrogados fueron:

Octubre de 1850

Noviembre de 1850

Finales de 1850

Juan Manuel Bolaños,

panadero de 34 años.

Manuel Mora, labrador y

propietario de 58 años.

Julián García-Miguel,

zapatero de 60 años.

Sebastián Puebla, cardador de 55 años.

Antonio Ruiz,

propietario de 54 años.

Ramona Fernández-Conde, mujer de José Gómez-Calcerrada.

Francisco Antonio Almoguera,

pastor de 74 años.

Alejandro Remón Ortiz,

propietario de 64 años.

Cruz Fontecha, alguacil del Ayuntamiento de 42 años.

Guillermo García-Navas,

pastor de 64 años.

Pedro Julián Cañadas,

propietario de 69 años.

Alfonso Fernández de las Heras, alguacil del Ayuntamiento de 40 años.

Marcelino González,

curtidor de pieles de 47 años.

José Antonio Mateos,

pastor de 70 años

Pedro García-Cuerva,

jornalero de 60 años.

Tomás García-Morato,

Pastor de 50 años.

Mariano Almoguera,

pastor de 76 años.

Rufina Madero Bermúdez,

la posadera, de 56 años.

José Vicente Remón Ortiz,

propietario

Antonia Navas, mujer de Pablo Romero, de 26 años.

Ramón Aragonés,

propietario de 46 años.

Miguel Saerin, el calderero,

de 60 años.

Ángel Moreno-Manzanaro,

Pastor de 37 años.

José Santos, ganadero de 42 años.

Como vemos el pleito estaba totalmente inmerso en las entrañas de la sociedad herenciana, y aún más se enquistó en la misma cuando el antiguo propietario del terreno donde había ocurrido el descubrimiento del oro, José Antonio Martín-Toledano,  reclamaba parte del “tesoro” pues él había sido el último arrendador del mismo.

Desde Ciudad Real se revisó los últimos arrendamientos del paraje, obteniendo los datos siguientes:

Año 1846. Se remató a favor de Carlos Gómez y Juan Ramón Manso, por 875 reales.
Año 1847. Se volvió a rematar por los herencianos anteriores, por 770 reales.
Año 1848. Se remató a favor de José Antonio Toledano, por 910 reales.
Año 1849, A favor de Juan Enríquez y José Antonio Toledano, por 700 reales.

No aparecieron nuevos remates por lo que en 1850, año del pleito, nadie tenía derechos sobre el Bien de Propios de la Pedriza.

La controversia civil eran tan aguda que empezaron a sucederse “acusaciones de actos violentos de palabra y obra,  rebeldías,  indefensiones, …”

Por si fuese poco, desde Ciudad Real, se observaron incidencias en el pago por parte del Ayuntamiento de Herencia a la Hacienda Provincial del porcentaje correspondiente a lo obtenido en el arrendamiento de los Bienes de Propios. Las irregularidades tenían su origen en décadas anteriores, a lo que la administración local argumentó la causa “en la Guerra de la Independencia y en el 1823, cuando el facioso Béjar entró en el pueblo con su tropa y se extraviaron archivos del ayuntamiento”.

Tras aclarar todos los aspectos que había ido surgiendo en el pleito, el 11 de febrero de 1851 nos encontramos con el auto definitivo al proceso con las siguientes decisiones:

  • “a las reclamaciones de Cañadas no se le da acogida”.
  • “…que de las expresadas cuatro libras y seis onzas que tienen las piezas de oro halladas, pertenece la mitad, por iguales partes, a los dichos Lorenzo Tajuelo y Francisco Moreno, y la otra mitad del fondo de propios de la mencionada villa de Herencia, sin que el Anselmo Cañadas tenga derecho a parte alguna de indicado oro, y en consecuencia, mando se entregue a cada uno de los interesado la porción que le corresponde de dichas alhajas”.

En el mismo auto definitivo se cuantificaban los costes de todo el pleito, que ascendían a un total de 2014 reales y16 maravedíes.

Pese a unas últimas reclamaciones por parte de la familia Cañadas, todo llegó a su término cuando el 16 de Marzo de 1851 (once meses después del hallazgo) Lorenzo y Francisco recibieron su parte, y el Ayuntamiento de Herencia la suya.

Es muy difícil determinar la valoración en reales de la época del oro que correspondió a cada parte. Pero haciendo una aproximación de los cambios de la época, y considerando la pureza del oro en 18 kilates (lo máximo es 24), podríamos determinar el hallazgo en 50 onzas. Cada onza equivalía a 4 libras esterlinas (una de las primeras monedas europeas en ajustar su cambio con el patrón oro), por lo que estaríamos hablando de 200 libras. Según estudios estadísticos históricos la libra en 1850 equivaldría a 96 reales españoles, por lo que el importe total del “tesoro” sería de 19200 reales. De esta manera, cada parte se llevaría 9600 reales brutos.

Para que veamos la importancia de este dinero, en 1862 se vendió el antiguo Hospital situado en la calle Concepción, con una extensión de casi 250 metros cuadrados, por 11815 reales.

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