En las ciudades y pueblos de la región, las estanterías de los supermercados están llenas de galletas, bollería, refrescos, snacks salados, pizzas congeladas, salsas listas para usar y platos preparados que solo necesitan unos minutos de microondas. Estos productos son cómodos, económicos y están disponibles a cualquier hora. Durante años, se consideraban simplemente como un “capricho” que engorda, pero el discurso está cambiando.
La investigación internacional está revelando un panorama más serio: cuanto mayor es el consumo de alimentos ultraprocesados en la dieta diaria, mayor parece ser el riesgo de problemas que afectan a casi todo el cuerpo, desde el corazón hasta el sistema hormonal y la salud mental. En los países de altos ingresos, estos productos ya representan cerca del 50 % de las compras de comida en los hogares, una tendencia que también se observa en la región. Los cambios en horarios laborales, la falta de tiempo para cocinar y los precios de la compra empujan a muchas familias hacia estas soluciones rápidas.
La ciencia ha acumulado estudios que analizan qué comen las personas y su relación con la salud. Una y otra vez, quienes consumen más ultraprocesados presentan más obesidad, diabetes tipo 2, hipertensión, problemas cardiovasculares y dificultades relacionadas con la salud mental, como depresión o ansiedad. Ensayos recientes han comparado dietas basadas en ultraprocesados con otras centradas en alimentos sencillos, mostrando que, bajo las primeras, se aumenta de peso, empeoran marcadores de riesgo cardiovascular y se alteran hormonas que regulan el apetito.
Los ultraprocesados se distinguen por tener mezclas de ingredientes refinados y aditivos para mejorar su textura, sabor o duración. Ejemplos son refrescos, galletas rellenas, bollería envasada y snacks de bolsa. Son ricos en calorías pero pobres en fibra y micronutrientes, lo que los hace muy atractivos y problemáticos a la vez.
Aunque consumir una pizza congelada ocasionalmente no implica un riesgo claro, el problema se presenta cuando los ultraprocesados dominan el menú diario. Esto incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes y otros trastornos. Además, puede llevar a sensaciones de cansancio sin esfuerzo físico y alterar el sistema nervioso.
El cambio en la vida cotidiana, con menos actividad física y más productos de fábrica, contrasta con décadas anteriores, cuando se caminaba más y se cocinaba en casa. Ahora, las opciones ultraprocesadas están presentes en máquinas de vending, gasolineras, comedores de empresa y supermercados. En barrios de rentas bajas, es más fácil encontrar bollería industrial que frutas frescas.
Cambiar el carrito de la compra no es fácil. El precio, el tiempo, el cansancio mental y la presión publicitaria juegan en contra. Muchas personas sienten que llenar el carro con productos rápidos y baratos es más práctico que apostar por alimentos frescos. Por eso, el problema de los ultraprocesados es también un tema social y político. Las decisiones sobre comedores escolares y campañas alimentarias influyen en lo que se consume en casa.
Sin embargo, no se necesitan cambios drásticos para notar mejoras en la salud. Pequeños pasos, como comprar más fruta y menos bollería o reservar los refrescos para ocasiones especiales, pueden marcar la diferencia. Cocinar a lo grande y congelar raciones ayuda a tener opciones sanas y rápidas.
Las instituciones locales pueden contribuir revisando las ofertas en máquinas de vending, promoviendo desayunos saludables en las escuelas y facilitando el acceso a alimentos frescos. El objetivo es que los alimentos de verdad sean la base de la dieta diaria y los ultraprocesados sean solo una excepción.


















