Palabras de la Novena en honor a la Inmaculada Concepción

Palabras de la Novena en honor a la Inmaculada Concepción

Retablo Mayor Parroquia de Herencia. Foto extraída de www.herencia.esEstimado Señor Cura Párroco,
Hermanos sacerdotes concelebrantes,
Querido pueblo de Herencia, permitidme en primer lugar un especial y sentido saludo para los enfermos y ancianos que siguen la celebración a través de la radio en sus casas.
Supone hoy para mí todo un honor el poder dirigirme a todos vosotros, en este marco parroquial tan solemne y celebrativo, cual es la novena preparatoria para la festividad de María, nuestra Madre, honrada y recordada en el dogma de su Concepción Inmaculada. Como religioso y sacerdote me llena de sano orgullo el pertenecer a una Orden, la de la Merced, defensora a ultranza de la Inmaculada. Desde la más temprana Edad Media, los teólogos y escritores mercedarios, defendían y exponían, en sus prédicas y escritos, que María fue preservada de toda mancha, de todo pecado, adelantándose de este modo a la misma jerarquía eclesiástica que tardó siglos en reconocer y proclamar de modo oficial el dogma mariano de la Inmaculada Concepción.

Como bien sabéis, y pienso que ha sido todo un acierto, este año la novena girará entorno al tema de la familia. Teniendo como telón de fondo el V Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Valencia el pasado mes de julio, en el que se hizo presente el mismo Papa Benedicto XVI, dando ánimos y alentando, con su persona y con su palabra, a las familias cristianas, Don Julián, nuestro párroco, y los sacerdotes Consiliarios del Movimiento Familiar Cristiano, Equipos de Nuestra Señora, queremos recoger el sentir del Santo Padre y alentar y animar, también nosotros, a esa institución que es la familia, tan traída y tan llevada, tan vilipendiada y atacada desde diversos foros sociales.

Es cierto que se había puesto en crisis la institución familiar, pero también es verdad que hoy es uno de los valores más en alza, aunque muchos todavía no se lo crean o no quieran creérselo. Estamos de acuerdo en que la familia ha cambiado y seguramente tendrá que seguir cambiando aún más; pero eso no quita, para que la familia sea el valor más cotizado. Existirán otros tipos de relaciones más o menos estables, vivirán personas sentimentalmente, en unión de amor, ya se han aprobado las parejas de hecho y todo lo que se quiera; pero a pesar de todo ello, la familia es el valor más preciado. Es verdad que hay problemas de todo tipo, económicos, psicológicos o de convivencia; es cierto que los jóvenes tardan en casarse y retrasan sobremanera la llegada del primer hijo; es verdad que la familia española es la que menos tasa de natalidad presenta en todo el mundo, y que de seguir así, España puede llegar a convertirse en el país más viejo de la Tierra; pero aún así, la institución familiar es uno de los bienes más deseables; es cierto que la familia está sirviendo de colchón socio-económico, los hijos, en muchos casos, desgraciadamente, no tienen ni donde ir, ni saben qué hacer, por eso siguen viviendo en casa, de las rentas de los padres, en una vida que quizá no sea fácil para ellos, pero que puede llegar a convertirse en una vida cómoda, monótona, aburrida y aburguesada. Aún en estos casos, la familia es un motivo de esperanza para muchos, es un canto a la vida, es garantía de seguridad, es el pilar más firme y más fuerte de toda la sociedad.

Pero no quisiera alargarme en preámbulos, quisiera ir al grano, volver la mirada hacía la Palabra proclamada, hacia esa Palabra con mayúsculas que es Palabra del Señor, en ese pasaje que Lucas dedica a la Anunciación del nacimiento del Señor. Un evangelio repleto de matices y rico en enseñanzas, tantas, que quizá puedan escarpársenos. Hoy quiero reparar en un detalle, aparentemente insignificante, pero de hondo contenido teológico, y que pasa desapercibido para muchos. En el diálogo que mantienen el ángel Gabriel y la Virgen María, está la mención del nombre que tendrá el nuevo hijo que va a nacer. El ángel dice que se le habrá de poner por nombre, Jesús. Para repetir por dos veces más que: “será llamado Hijo del Altísimo” , e igualmente dice, “será llamado Hijo de Dios”.

Lo de tener cada uno su propio nombre tiene su importancia. También nosotros poseemos nuestros nombres. Al nacer a la vida fuimos inscritos en el Registro Civil, al nacer a la fe hemos sido regenerados en las aguas de la pila bautismal, inscribiendo nuestros nombres en el Archivo parroquial. Pero no contentos con esos bellos nombres que tenéis aquí en Herencia, muchos de ellos compuestos, vuestros familiares, y más tarde vuestros amigos os han vuelto a bautizar con diminutivos, con apodos, y hasta con algún mote más o menos gracioso, más o menos ocurrente.

El ser llamados de ésta o de aquella manera, el tener un nombre, es mucho más que verter un poco de tinta en un papel oficial que acredite que así nos llamamos. El poseer un nombre, en los tres ámbitos que ocupamos en la vida: el social, el eclesial y el familiar, es sentirnos llamados, nominados, convocados, en una palabra, es sentirnos queridos. El tener conciencia de pertenecer a uno de los tres grupos sociales antes aludidos, el tener conciencia de pertenencia, educa y transforma. La pertenencia está modelada por Dios. En los diversos grupos, todos podemos y debemos sentirnos dignos, estimados, necesarios. Hay cabida para todos.

Pidamos hoy especialmente por nuestras familias, en ellas escuchamos por vez primera nuestro propio nombre, en ellas encontramos nuestra identidad, somos un poco más nosotros mismos. Pidamos a María Inmaculada, baluarte de la Sagrada Familia de Nazaret, que sintamos a la familia como “pequeña iglesia doméstica”, la familia es la primera escuela, es la primera parroquia, los padres han de ser los primeros catequistas de los hijos. Oremos principalmente por todos los matrimonios cristianos de Herencia, por los Equipos de Nuestra Señora, que tanto arraigo tienen aquí, que sientan a la Iglesia cercana y misericordiosa, que encuentren en ella un recinto de paz y acompañamiento ante sus situaciones personales.

Ojalá todos vivamos nuestra pertenencia a la Iglesia, insertos en la vida pública que nos ha tocado en suerte vivir. No olvidemos nunca que somos llamados, convocados, que somos elegidos, que somos unos privilegiados, ya que somos mimados por nuestro Dios, El nos conoce, y nos llama a cada uno por nuestro propio nombre, y nos quiere, a pesar de nuestras debilidades humanas. Seamos agradecidos. Que así sea.

Mario ALONSO AGUADO, O. de M.

Novena. Jueves, 30-11-2006.

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