En este breve trabajo queremos presentar uno de los talleres de arte que se dedicó a la producción y comercialización de imágenes religiosas en tiempos de la posguerra española, el Taller Royo-Rabasa de Valencia, y poner de relieve las tallas que, procedentes de dicho taller, guarda el pueblo de Herencia en la ermita de San Bartolomé y el en Convento de La Merced. En primer lugar queremos hacer una aclaración: Royo-Rabasa, en contra de lo que muchos creen, no es ningún escultor, son más bien los dueños de unos talleres. José Rabasa Pérez era en realidad banquero y Antonio Royo Miralles, decorador, ambos eran cuñados y poseían un único taller hasta que se separaron entorno a 1953. Ellos daban nombre al taller y afloraban sus apellidos dando fama a las obras, pero la realidad era muy otra, un grupo de buenos escultores eran los que verdaderamente trabajaban, quedando sus nombres en el anonimato. Eran tiempos de carestía económica y de estrecheces de todo tipo.
En Valencia, en tiempos de la posguerra española, ante la avalancha de imágenes procedentes de talleres catalanes, todas ellas producidas en cadena y de escasa calidad, el Arzobispo Prudencio Melo y Alcalde decidió crear una “Comisión Diocesana de Arte Sacro”. Esta comisión tenía como quehacer primordial impedir en las iglesias valencianas el uso de imágenes seriadas que provenían principalmente de Olot. Para ello, cada vez que una Parroquia o Hermandad encargaba una nueva imagen, debían mostrar un boceto previo de la misma para su análisis y para proceder, si se juzgaba conveniente, a su aprobación. Además, el Arzobispo dispuso a los escultores el uso obligatorio de maderas nobles. Proliferaron así toda una serie de escultores y de talleres que alcanzaron notable fama: Los Tena, Pío Mollar, José-María Ponsoda, Esteve Edo, José Capuz, y quién nos ocupa en este trabajo, José Rabasa.
La ermita de San Bartolomé de Herencia, guarda una buena talla de Rabasa: El Señor de los Afligidos. Se trata de una escultura de madera policromada y bulto redondo representando a Cristo crucificado, unido a la cruz por tres clavos. Data de 1956. Cristo aparece de frente, desnudo, tan solo cubierto por el “perizonium” o paño de pureza, anudado y recogido en sus caderas. El rostro lo tiene ligeramente inclinado hacia el lado derecho. Se muestra agonizante, postura acentuada en los ojos y en la boca ligeramente entreabierta. Es una talla de modelado blando, porta corona en las sienes, el pelo en melena cae sobre su hombro derecho. Las carnaciones son tenues, lo que realza la delicadeza de la obra en su conjunto, una anatomía armónica propiciada por la unión de las piernas, flexionando ligeramente la izquierda, con respecto a la derecha.
La obra en su conjunto difiere bastante de su estado primitivo. La cruz no es la original que trajo de Valencia, es un madero plano portando en la parte superior una cartela con la inscripción INRI. El deterioro de la talla hizo que fuese restaurada por Enrique Rodríguez en su Taller-Estudio de Herencia. La Cofradía del Cristo a la Columna, el Señor de los Afligidos y la Virgen de la Soledad, lo tiene por uno de sus titulares y se encarga de su culto y de su salida en Semana Santa.
Pero donde más está representado Rabasa en Herencia es en el Convento de La Merced. Por correspondencia personal encontrada sabemos que estuvo de paso por el pueblo y se hospedó en el Convento con los frailes mercedarios. Allí se conservan tres esculturas de su taller: San Pedro Nolasco, fundador de la Orden de la Merced, y dos mártires mercedarios, San Serapio y San Pedro Pascual. Nos detenemos más profundamente a describir al primero de los tres, tanto por la importancia histórica del personaje como por el rico tratamiento iconográfico que recibe su talla.
Gozó La Merced herenciana de una talla barroca del fundador, pero pereció en nuestra pasada guerra civil. La actual talla data de 1956, en aquel año se conmemoraba lo que se pensaba era el VII centenario de la muerte de Nolasco. Ya que, desde mediados del siglo XVII, se venía cavilando en la noche de Navidad de 1256 como fecha del fallecimiento. Hoy, tras descartar años como el de 1249, se piensa como fecha más probable de la muerte, el 6 de mayo de 1245. Día y mes, estos últimos, en los que se celebra actualmente la fiesta del santo.
Los religiosos mercedarios de Herencia, con su comendador a la cabeza, P. José Agustín Aguiar, pensaron que una buena forma de honrar la memoria de su fundador era restituir al convento su venerada imagen. El convento quedó huérfano de Padre desde la incivil guerra, y era llegado el momento de reponerle de nuevo mediante una talla artística. Repasaron para ello en el prestigioso Taller de Don José Rabasa Pérez, sito en la calle Milagro, 4, de la ciudad de Valencia. El Señor Rabasa se comprometió a trabajar la imagen del fundador, tallada en madera de pino convenientemente seco y de primera calidad. Toda la figura, y más especialmente el rostro, se reviste del especial misticismo que acostumbra a usar el taller referido. Rezuma, en toda ella, una gran religiosidad vigorizada por su extraordinario acabado. La decoración del hábito mercedario es muy exquisita, tanto en el conjunto como en los pormenores, ésta se reviste de magníficos adornos dorados y cincelados a mano, siendo por su riqueza un trabajo cabal. Las carnaciones del rostro, manos y pies son al natural, realzando al santo de forma notaria. Lleva una aureola cincelada a mano que enaltece su figura. El coste de la talla ascendió a 17.000 pesetas de la época.
Dejando de lado recargada iconografía de la nueva efigie, llena de elocuentes símbolos, queremos reparar hoy en el semblante que ofrece: Nolasco, extasiado de amor santo, sostiene y venera una imagen crucificada de Cristo redentor. Se trata, de lo que la tradición mercedaria denomina “el verdadero rostro de Nolasco”, una especie de Vera efigie, en la que aparece como segundo redentor, imitador fiel del primero, de Cristo clavado en la cruz. Es “el testamento espiritual de San Pedro Nolasco”. La Redención consumada por Jesucristo es el ejemplo y modelo que Nolasco se propuso imitar, y expuso a sus hijos mercedarios.
Respecto a la autoría de la talla, el escultor Efraín Gómez me confesó telefónicamente que es probable que sea obra de su maestro: el valenciano Enrique Galaza Moreno, escultor que trabó amistad y trabajó con Elías Tormo Monzó, catedrático de Historia del Arte, lo que explicaría la riqueza y profusión iconográfica de la talla de Nolasco, amistad compartida también con el pintor José Segrelles. La decoración es posible sea obra de un tal Ballester.
También en 1956, hubo otros estrenos en el retablo principal: los santos mercedarios Serapio y Pedro Pascual. San Serapio, mártir que nació hacia 1178 en las Islas Británicas, es el patrón de los enfermos, popularmente conocido por el aceite milagroso que se bendice en su honor cada 14 de noviembre. San Pedro Pascual, recordado en la liturgia cada 6 de diciembre, es el patrón de los estudiantes mercedarios. Nació en Valencia en 1227, fue obispo de Jaén, lo martirizaron en Granada, en 1300, y sus restos se veneran en la catedral de Baeza.