La frutería La Merced es un comercio de barrio como cualquier otro, solo lo diferencia una cosa: aquí todos los beneficios se invierten en generar más empleo. Detrás de todo ello está la La Merced Migraciones, entre cuyas personas destaca el último galardón solidario de Herencia, Luis Callejas, entrevistado por Ismael Gómez para El Rondadías.
A las diez de la mañana todavía no ha comenzado la vida en el barrio y los clientes llegan con cuentagotas. Mientras Seydina Mane revisa los caquis, María Jesús y Mamadou guardan las cajas llenas de fruta que llegaron hace un rato en el reparto. En los veinte metros cuadrados en los que se están moviendo están conviviendo cuatro nacionalidades diferentes: española, mauritana, senegalesa y guineana.”Esto es la ONU”, asegura sonriendo María Jesús, la jefa de tienda.
La frutería es una iniciativa sociolaboral que ofrece trabajo a jóvenes en riesgo de exclusión social. Detrás del proyecto está la fundación La Merced Migraciones que lleva veinticinco años atendiendo a inmigrantes en Madrid con pisos para menores que llegan solos a España y cursos de formación. “Nos dimos cuenta de que el empleo es un caballo de batalla difícil de integrar en los procesos que se llevan con los chicos”, asegura Alejandro Bernal, gerente de Puentes para la Ilusión, la empresa de inserción que ha puesto en marcha la frutería. De ahí sacaron idea de crear la empresa, un comercio como cualquiera de los que encontramos en nuestro barrio pero con una diferencia: “aquí no hay ánimo de lucro”, dice María Jesús. En La Merced cada empleado tiene su sueldo y los beneficios los invierten en la creación de más empleo. “El cien por cien de los beneficios van para ellos y para mantener las estructuras de inserción. Es un pequeño comercio que posibilita la contratación de seis personas, cuatro de ellas en riesgo de exclusión social. Eso, en un tiempo de crisis como el que vivimos, es muy importante”, cuenta Bernal.
Maria Jesús y Seydina
Seydina Mane es senegalés. Ha sido uno de los afortunados que ha conseguido ese ansiado contrato que le ayudará a renovar sus papeles en el mes de marzo. Salió hace dos meses de un piso tutelado de la fundación donde ha pasado los últimos dos años y hace tres meses se le acabó el trabajo de reponedor en una farmacia con el que consiguió su regularización. Cuando la incertidumbre empezaba a nublar el 2011 le llamaron para decirle que uno de los jóvenes que iba a trabajar en la frutería había encontrado otro trabajo y que él podía sustituirle. “Respondí que sí, claro. Esto me ha dado mucha tranquilidad”. Lleva años recibiendo talleres pero ninguno de sobre esta materia. “La única vez que trabajé con fruta fue recogiendo naranjas en el campo de Tarragona, cuando no tenía papeles”, asegura el joven de 21 años.
Para entrar ha recibido un curso de manipulación de alimentos y está realizando, junto a sus compañeros, otro específico sobre frutas y verduras. Antes de empezar lo que más le preocupaba era el trato con la clientela. “Nunca he trabajado de cara al público. Antes de abrir hacíamos simulaciones para costumbrarnos a las situaciones que podrían darse y, aunque lo hacíamos con gente que conocíamos, yo me ponía muy nervioso. Ya lo tengo casi superado”, dice con media sonrisa.
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